martes, 1 de noviembre de 2011

Porque no eres tú mi padre, oh goce,
no tengo por qué
seguir obedeciéndote, en tus minuciosas leyes.
Cómo vas a recriminarme
mi falta de atención a ese cansancio tuyo,
el hambre y los sudores de los sueños,
el tacto de las cosas y su brillo;
no tienen que ver
conmigo, sino con ese despojo
que me han dado por cuerpo
a un severo alquiler.
Podría rebelarme, airoso y cargado de injusticia;
pero como te amo y te tengo
cariño y costumbre, te lo pido
humilde, afectuoso y lleno de respeto:
no enturbies con tu apego la ligereza de mis alas.
Déjame salir al encuentro
del que con su inapelable autoridad
me interroga sobre el ser y el enigma.