miércoles, 21 de septiembre de 2011

A mi amigo el aguijón

CAPÍTULO UNO:

Sucedió que dos pulgas se detuvieron a analizar, concienzudamente, el lamentable estado al que se había visto reducida la condición de su especie. Apenas un instante en un rincón oscuro del mundo, sin más ventanas que la florida vidriera de sus propios pensamientos arrojados a la eternidad.

Decidieron hacer un panorama de aquella Edad de Oro, cuando campaban a sus anchas y su manera de ver las cosas dominaba la civilización si no el planeta. Ahí donde se sembraron las claves fundamentales de cuanto aún podemos entender. ¿Qué ideas había allí que condujeron al desastre? ¿El límite de qué estructuras se hubo de alcanzar?

[Teniendo en cuenta que la vida de las pulgas adultas (las larvas son mudas) no suele durar más de un mes (una primavera todo lo más); diferentes teorías han establecido que las conversaciones de las pulgas suelen ser incompletas y hábilmente inconclusas, de manera que los verdaderos temas de conversación deben seguirse de generación en generación. La mayoría de las pulgas, sin embargo, consideran tales teorías una aberración]

No podían menos que atender a la presión del género humano y, especialmente, a su obsesiva pulcritud creciente. Aquel que otrora fuera su principal proveedor de huéspedes, gracias a la proliferación y extensión de campos de ganado, sudorosos ejércitos, templos y catedrales fácilmente anidables por los inquietos pájaros... ese mismo, había reducido sus hábitats a la dispersa animalidad, o a antiguos continentes que, en verdad, nunca tuvieron importancia.

Algo había fallado a nivel de discurso. Véase: en política, el dolor, la sangre, la enfermedad y el hacerlos despertar y moverse... y sin embargo el movimiento y el pensamiento fue destinado a contener la sangre, el dolor, la enfermedad, sin derramamientos. Paradójico. En economía, el balance de vidas y muertes, o la gestión energética o la cantidad de bíomasa, el equilibrio químico-motor, bueno, todo eso que jamás supieron transmitir a los humanos. En cuanto al discurso religioso
  [se discute aún si los adultos sueñan; si la fase sueño-pensamiento se reduce a una antítesis plena entre larva-adulto, o bien alterna fases cíclicas], la posición decidida en el, ya de por sí difícil, esquema sexual de ellos mismos como pulgas.
¿Tal vez fuera ese el error? La pulga más joven parecía investida de una intuición novedosa. La más anciana intentaba enriquecer pacientemente las dimensiones del diálogo. No era tan importante el contenido del discurso, menos que su dicción; sino su estructura en relación a cada cientos de hermanos, o el paisaje de hospedaje, o los lapsus de atención, los avatares de sus sueños en estado de pupa o de latencia
 [recurso imposible de traducir al presente idioma ¿será, pues, algo religioso?]. Algo más verdadero aún se les escapaba.
¿A qué, pues esa obsesión por el tiempo? Ese paraíso perdido, esa sensación de falta, esa aspiración innoble a ser algo distinto... ¿no eran acaso cuestiones independientes a su condición de insectos, a su tamaño relativo, o al periodo del día que estaba tocando vivir? El dolor, el color, el olor no podían ser realmente la esencia de ningún replanteamiento. El placer y el hacer sólo eran juegos de palabras

[lamentablemente me resulta imposible traducir la jerga y la lógica de la religión de las pulgas]. Arte, ciencia, tecnología, por otro lado, nunca fueron parcelas del discurso siphonáptero, debido a la autosuficiente perfeción de su diseño corporal; y no es que lo toleraran en los demás seres, simplemente no lo contemplan.