martes, 11 de marzo de 2014

Estudio de una mujer con abrigo celeste VI

Ha pasado más de una semana. Delante de mí estuvo apenas minutos. En pocos momentos sostuvo su mirada hacia mí. Es difícil saber si me veía o simplemente paseaba la vista como hacemos los oradores. Pero sí fue que en un momento dado decidió reparar más en sus oyentes. Creo que había permanecido un rato recitando un poco como autómata su discurso sabido, y tal vez se dio cuenta, y decidió entonces compensarnos y salir a nuestro encuentro con la mirada. Se detuvo en aquellos o aquellas que le prestaran más atención, o que considerara llamativos. No sé. Yo fui uno de ellos. Luego siguió con su paseo visual. No sé si me vio realmente. Ahora es difícil saber dónde quedan las miradas.

Estudio de una mujer con abrigo celeste V

Llevaba un grueso fular a juego con el abrigo. No recuerdo el color. La forma me resulta difícil de describir. Ahora lamento mi falta de volcabulario sobre estos temas. Sólo reparé en que el fular era extraordinariamente grueso, se hinchaba sobre el pecho como si llevara un retoño de tela. Tal vez quisiera proteger una respiración dolorida. Lo llamativo es que, en comparación, el resto del vestido era liviano, un abrigo celeste, abrigo sólo de nombre. Perfectamente conjutado. Por su ropa quise pensar que era una mujer jubilosa y radiante, de no ser por ese ocultarse tras ese fular. Era paradójico, como se dice de la mujer que intentara tapar su desnudez sólo con sus brazos: ¿cuánto abrigo pudiera dar para un traje tan liviano ese fular?, ¿cuánto apoyo podía encontrar en ese surtidor de tela que flotaba sobre su pecho?