lunes, 8 de noviembre de 2010

V
.....Un muchacho mira por la ventana; no es difícil imaginar qué pensamientos lanza al moverse de la noche. Sus ojos están inquietos. No hay nada en el paisaje que pueda retener sus ojos. Todo en su corazón late de acción y tinieblas. Ha llegado el momento.
.....Tras de la marcha de Evans con los soldados, en pocos días la casa y la aldea habían vuelto a su quehacer habitual, a su rutina igual que un imposible. El cuerpo convaleciente volvía a ser una persona dispuesta a marcharse. Le urgía su misión incomprensible. Le urgía ese mundo lejano que solicitaba su ayuda. Nada de este mundo, acogedor, cómodo, que ya existía sin necesitarle, conseguía retenerle. Siguiendo una extraña consigna, se despidió afablemente después de anochecer.
.....¿Igual?
.....Tomás no podía creer que fuera él quien había cargado esa mochila. No era él quien se deslizaba a hurtadillas por pasillos y escaleras. Eran extraños el rechinar de sus pisadas en la arena del patio. Pero sí era suyo el temblor del corazón que atormentaba bajo el umbral. Las manos que temblaban arrastrando la pesada madera sí eran las suyas. Si cruzaba más allá el destino estaría sentenciado: o un huérfano o un cobarde. Tarde o temprano podría ser las dos cosas, pero eso lo sabemos sólo nosotros.
.....–¿Dónde vas?
La pequeña Nuria había conseguido alcanzarle al ritmo de sus dudas. Como un inocente fantasma sus ojos y sus palabras lo retenían.
.....–Vuelve a casa. Aún puedo alcanzar al soldado. Si mamá y papá se despiertan no me dejarán.
.....–Si te vas yo quiero ir contigo.
.....–Eres muy pequeña.
.....–¿Y tú eres mayor?
.....(Era lo suficientemente mayor para discutir. Lo suficiente para saber que ninguno de los dos podría cuidar de sí mismo. Pero tan pequeños que ninguno sabía de qué estaban hablando).
.....Tomás salió corriendo. Nuria salió corriendo. Y corrieron la oscuridad del camino conocido como un lector el renglón de una pesada novela. Ahora, Tomás, tienes una excusa para volver. Sólo eres un niño y tienes fantasías de niño. La responsabilidad de tu hermana te impide ir más allá. Nadie tendrá imaginación para imaginar otra cosa. ¿Por qué sigues corriendo entonces? Te detienes. Dejas que tu hermana te alcance. Piensas en cómo solucionar el problema de sus ropas; pero no hay vuelta atrás. Sigues el camino noche adelante.