«Escuchadme, pretendientes
de la famosa reina, mientras os digo
lo que dentro mi corazón del pecho me ordena:
No sin divinidad este hombre de Odiseo a la casa viene,
en todo caso me parece que el brillo de las antorchas saliese
de su misma cabeza, en la que no queda
pelo alguno».
(Odisea, canto XVIII, vv. 325-356)