miércoles, 29 de octubre de 2014

Lo que una vez fueron casas ahora eran calles. Uno entraba libremente por una puerta hecha a medida para impedir la entrada y seguía escaleras arriba. En la ciudad de segundo nivel seguía paseando y miraba hacia abajo. Allí todo eran ruinas y riesgo, pasarelas endebles, pero la gente lo asumía como algo rutinario. Apenas consideraban a los antiguos amantes adolescentes besándose a la vista, que ya no estaban. Subían y bajaban de las casas, entraban y salían por las ventanas. Llamaban a los cuerpos y salían a recibirse. Y por la tarde volvían camino atrás a las cenas de grupo y las camas ansiosas. Las llaves se vendían en los puestos y quioscos. Cada una servía para muchas casas, otras eran sólo de adorno. La mayoría de las casas estaban abiertas, no todas. No todas estaban abiertas siempre: unos días unas, otros días otras (había que improvisar los recorridos, por eso había tanta gente comprando llaves hermosas en las tiendas). Atravesaban dormitorios. Se paraban a conversar como suspendidos mientras otros andaban. Ayer fue el cuarto de una adolescente, se ven sus ropas y sus fotos, hoy era una plaza abarrotada de palomas y niños, y la adolescente la vemos caminar por encima de los museos y las cafeterías. Eran aquellos días gloriosos. La gente no se daba cuenta; entretenidos en su amor, atareados de poesía, caminaban y caminaban.