viernes, 5 de diciembre de 2014

Las últimas veinticuatro horas me habían traído más vida que todos los días de todos los seres que alguna vez había visto o leído, sentido o recordado. Cuantos me habían hablado nunca me traían palabras como ella. Cuando apareció, junto a mí en el congreso, yo no estaba preparado. Mis fantasías no estaban preparadas. Ella las fue conquistando sin saber nada de su naturaleza.
La noche en la habitación de su hotel ya era un borracho de sus ojos. Cada lugar fuera de su rostro era un extraño lugar. Tan cerca estábamos en los besos. Sé del vestíbulo. Sé del ascensor y cielo santo su pelo: caía como habían llovido apenas antes sus palabras. Pasillos y puertas. Pasillos y puertas. Y las llaves y la sombra hasta su cama. Y tanta noche y tanto cuerpo. Ya no sabré volver de la blandura. Su pecho blando, sus dedos firmes. Ella no me lo enseñó. Me ató con calor. Me daba muerte cada vez que penetraba y volvíamos a empezar. Cada vez más cerca de la intimidad. Más cerca de la locura, o a un roce.
Luego esta anécdota que me contó en la cafetería, cuando apenas quedaba por decir; porque pesaba mucho el torrente de aquellos sus besos, y tiraba de mí el cordel de su respiración, y aún me tenían apretado su olor, su movimiento. Y el dolor de saber que tenía que volver a su país, que su vida la obligaba. Que tanto amor estaba tan finamente acotado en el instante.
Recuerdo cómo la vi partir. Salió de la cafetería sorteando las mesas con una curva elegante. Luego, detrás del escaparate, cruzando la calle ya parecía otra, más indiferente, en otro lugar que ya no era conmigo. Y desde ese momento duele la ingenua, educada y estúpida despedida. Sólo me queda el recordar su conversación, al otro lado de la mesa. Y cuando me imagino saliendo de la cafetería tras ella, no llego sino a perseguirla siempre, eternamente, a una mesa de distancia. Y esa mesa dura toda la vida. Paseo por las calles, con rumbo incierto, y pienso que cualquier intención es una excusa para buscarla. Imagino que ella piensa lo mismo y me busca. Y vivimos en la misma ciudad, dando vueltas, estúpidos, buscándonos.

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