Aquel loco había fabricado una locura inmune a tratamientos, pertinaz, rápida y contagiosa. Pensaba dejar la locura al sol en alguna plaza. Así que fueron de plaza en plaza, por las tardes y por las noches (de día había que trabajar). Disimulaban todo lo posible, se sentaban en las terrazas y bebían cerveza si era necesario. Esperaban por si veían surgir la locura. A veces se bañaban en las fuentes, bebían como hombres antiguos. A veces se sentaban en los bancos hablando de esto y aquello para detectar el eco de la locura. Lanzaban guiños a las mujeres y las besaban si era necesario.
Mientras pasaba su mejilla lija de barba postrera por la tibieza de sus senos sabía que le dolería no poder olvidarla. La apretaba contra sí; pero aquello no era tenerla lo suficiente. Recogía en su cuerpo el ritmo que le pedía y se lo devolvía con violencia y desesperación; entonces ella se alejaba en su placer y él quería recuperarla apretándole los brazos y golpeando aún más sexo con sexo, pero sabía que le dolería tanto cuando finalmente se marchara y quedara aún la presión de su cuerpo en su piel, en su barba. Se la comería. Quería atrapar la con su mirada; intento saboteado por la miopía decente. Qué cuerpo de mujer desplegado ante él, que se la llevaba. Aquello no era tenerla lo suficiente. Quería educar los cuerpos desnudos, castigarlos a placer y abrazos, para que no se marcharan, para que dejaran colarse la distancia. Los cuerpos desobedientes. Su hermoso cuerpo de mujer desobediente.
Mientras pasaba su mejilla lija de barba postrera por la tibieza de sus senos sabía que le dolería no poder olvidarla. La apretaba contra sí; pero aquello no era tenerla lo suficiente. Recogía en su cuerpo el ritmo que le pedía y se lo devolvía con violencia y desesperación; entonces ella se alejaba en su placer y él quería recuperarla apretándole los brazos y golpeando aún más sexo con sexo, pero sabía que le dolería tanto cuando finalmente se marchara y quedara aún la presión de su cuerpo en su piel, en su barba. Se la comería. Quería atrapar la con su mirada; intento saboteado por la miopía decente. Qué cuerpo de mujer desplegado ante él, que se la llevaba. Aquello no era tenerla lo suficiente. Quería educar los cuerpos desnudos, castigarlos a placer y abrazos, para que no se marcharan, para que dejaran colarse la distancia. Los cuerpos desobedientes. Su hermoso cuerpo de mujer desobediente.
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