miércoles, 17 de julio de 2013

Placer, siempre amante
de uno mismo. Pero
como –atentos ya hemos cambiado–
el uno mismo es imagen y memoria
y el placer no piensa ni rememora
amante el placer extraña constantemente.
Por eso, a penas pausa, el placer se diluye,
se difumina, se va desvaneciendo como el azúcar
en un café turbio. Queda el Yo en poso.
Él sí piensa y rememora y juega
con sus imágenes –él no sabe que son
copias del placer sin placer sólo memoria–
hasta que vuelva el placer amante
de otro uno mismo. El yo, apenas causa, poso
del placer y las distancias.

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