martes, 13 de enero de 2015

AQUILES Y LA TORTUGA. X de XV

A partir de ahí, la tentación del suicidio no llegó a abandonarlo. La notaba ahí como un achaque más. Apenas tenía fuerza, pero ahí estaba. ¿Cómo es posible? Su pensamiento la veía siempre como algo absurdo, una fantasía errónea; pero la veía, ahí estaba. Pensó Aquiles entonces que no sólo él era indestructible: cualquier pensamiento era indestructible. Caprichoso y sin límites, igual que Dalila, cualquier ocurrencia se convertía en la dominatrix absoluta de toda la ciudad. La ciudad de su mente estaba poblada por miles de pensamientos ellos mismos indestructibles. Y cada pensamiento sobre ellos, a su vez, indestructible. Si quisiera acabar con ellos no podría, sólo crearía nuevos pensamientos de destrucción. Si quisiera protegerlos no podría, sólo crearía nuevos pensamientos de protección. Y así, junto a ellos más debilidades y más amenazas.
Si hubiera querido recuperar o capturar alguno de sus pensamientos, tampoco habría podido. Todo lo más, crear un nuevo pensamiento de captura, mientras el otro, libre, permanecía indestructible.


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