Un tren desde el cariño hacia la culpa coincide, unos momentos tangenciales en la misma dirección y en el mismo sentido, con otro que viaja entre conceptos desconocidos. Los pasajeros se miran entonces, se observan entonces, casi quisieran hablar al contemplarse. Porque el resto del paisaje ha salido flotando: los cuerpos, los ojos, los cristales, el mundo, entre deseos, memorias, delirios, bailan ingrávidos los círculos o las rectas, lo olvidado o lo aprendido, la finalidad de los actos, el minuto en la estación, el estar o el despedirse. Pasado el momento, el tren se aleja; pero el paisaje lo sigue, como si quisiera, vacío y voluntad, volver a construirse.
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