No sé a qué espera la ciencia (la filosofía o la religión, la poesía incluso) en dejar claramente catalogado qué es fruto del azar, por un lado, y qué es fruto de una más o menos compleja relación de causa, por otro.
Y permíntanme imaginar: una vez realizada tan encomiable tarea, sabremos en qué del conocimiento habrá puesto el ser humano su mirada (pues no nos interesa dudarlo: el ser humano existe); y sólo es posible que el elemento transgresor de dicho criterio de catalogación sea, inevitablemente, un quien.
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No sé a qué espera la ciencia (la filosofía o la religión, la poesía incluso) en dejar claramente catalogado qué es fruto del azar, por un lado, y qué es fruto de una más o menos compleja relación de causa, por otro.
Y permíntanme imaginar: una vez realizada tan encomiable tarea, sabremos en qué del conocimiento habrá puesto el ser humano su mirada (pues no nos interesa dudarlo: el ser humano existe); y sólo es posible que el elemento transgresor de dicho criterio de catalogación sea, inevitablemente, un quien.
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