miércoles, 15 de mayo de 2013

Un día me entretuve con una obligación.
Y el día que me aburrí la dejé bien colocada.
Tanto que otros –yo ya ni me acordaba– la consideraron
importante. No se conformaron
con repetirla: la idolatraron, desangraron y santificaron y
definieron las líneas de la ciudad.
Cuando llegué, admiré sus monumentos,
lamenté su suciedad –fíjense cómo era
aún mi razón paralelística–;
pero no reconocía mi obligación querida.
Cuando lo descubrí fue terrible.
Fui un monstruo. Pero lelo.
Hice con el cuidado y la obligación lo que aún no sabéis.

No hay comentarios: