Es extraño que el hombre moderno hable del pan antiguo.
Es extraño que el hombre moderno hable del
hombre moderno como si conociera
otro fuera de la ficción.
Es extraño que un hombre hable de lo extraño
como si su lenguaje (no-suyo) pudiera dar cuenta.
¿No tiene, bien mirado, un punto que remueve
las bases y fachadas de lo pensado,
las instantáneas salas de recepción de lo sentido?
Que el hombre hable del pan como si su fermentación
hubiera concluido definitivamente en esa
pausa esencial
con el que es arrebatado y depositado a un ajeno
que ni siquiera se plantea. Que el hombre, que sangra
constantemente en su pensa miento hacia la mujer
que yo, hombre, hacia ti, mujer, y hacia él, hombre
también, no me me descomponga en trozos de sangre
bien delimitados -porque en esto somos
artistas- quién permanece
sin esa atadura de labio y mano y corazón
lapsus o distancia.
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