martes, 25 de marzo de 2014

Imágenes

Hurgabas con tus finos dedos -tenías la costumbre
de limarte las uñas en el momento menos pensado,
y aún quisiera saber
qué hacía ese limar con el momento- por el cofre
pequeño y heredado.

Desplegabas una fina escalera, antigua, clásica,
hasta el cielo. Estás subiendo, con elegancia,
a pesar de tus coquetos miedos.
Extraño tanto tus miedos y tus pasos.

A una altura inefable te sientas, haciendo equilibrio
soplas con una delicadeza que es pura dulzura.
Y los rascacielos se deshacen. Vuelan pedazos de vidas,
ideales políticos, inversiones fatuas, pasión auténtica.

Los ciudadanos normales corren alarmados,
quisieran, con su tecnología, recuperar los trozos
de ciudad que vuelan, pero sus brazos
son pastosas burbujas de sangre sin forma
concreta, y sus sensaciones pesan como grandes tomos
enciclopédicos de apuntes utilitarios y estadísticos.

Ahora me arrepiento, miento, miento, no es
arrepentimiento, es sólo dolor, ese dolor tenue
con que solemos tocar la memoria.
No haberte convencido para pasear por el bosque
cercano. No haberme dejado convencer
para caer en las luces de la ciudad, por los clandestinos
lenguajes de este tiempo.


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