lunes, 23 de junio de 2014

Plan de fuga VII

Nos hería profundamente la risa ocasional de nuestro confidente. En esos momentos me retiraba solo al despacho. Cerraba puertas ventanas, apagaba luces. Todo objeto visible o audible lo presumía un elemento más de la trama y quería desecharlo. Intentaba visualizar el entramado puro de cuanto conocíamos. Las sucesivas capas superpuestas, entrecruzadas, sucesivas, simultáneas, discontinuas que configuraban nuestro conocimiento actual del plan de fuga.
A veces conseguía dilucidar elementos redundantes o deducir claves necesarias que nos faltaban por descubrir. A veces conseguía simplificar enormemente el organigrama, de un plumazo. Eso lo vivía como una hazaña, y sentía que, en el fondo, las risas del confidente conseguían el efecto contrario al que pretendían. O eran puro error.
Pensaba entonces que yo mismo podría ser ese topo que desconocía su propia condición de topo. Estaba trabajando en pro del plan de fuga sin saberlo, de la misma manera que conseguía que el confidente nos ayudara sin quererlo él mismo. ¿A qué lado pertenecía entonces? ¿De cuál de las múltiples estrategias fantasma era yo función?

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