lunes, 6 de octubre de 2014

Se dice que el viejo inspector guardaba en un lugar secreto los viejos documentos que rescató de la guarida del ladrón de cartas. Los salvó del incendio. Los salvó del archivo de policía. Los salvó de los periodistas. De los ladrones vulgares. Mapas. Cartas. Diarios. Sobre el personaje que se inventó. Sobre la persona que era o la que fue. Estrategias. Memorias. Quién sabe. Nadie conoce esos documentos; todo es leyenda.
Se dice que los legó a su hijo, y este al suyo y así durante generaciones. Pero el árbol de descendientes es ya tan viejo y frondoso que es difícil distinguir entre ramas y hormigas. Por supuesto, la lista de sospechosos horizontales es finita; amplia, imprecisa, pero finita. Y sólo uno puede ser el depositario de ese legado. No sólo eso, es el depositario de su deseo; pues difícilmente se mantendría oculto sin cultivar el conveniente deseo. Si es que todo esto es verdad.
Se dice que una mujer se lanzó a la búsqueda. Un deseo así tiene que notarse. Investigó. Dicen que llegó a algo. Cuando me lo contaron no me quedó muy claro cuál era el objetivo de esa mujer, si el heredero o el legado del ladrón (el misterio por el misterio, el ejercicio de su propia inteligencia, el deseo, cualquier otra posibilidad velada a su torpe imaginación). Si aún vive, si alguien la conoció, yo estoy dispuesto a encontar a esa mujer, por más que sea leyenda de leyenda.

No hay comentarios: