jueves, 15 de enero de 2015

AQUILES Y LA TORTUGA. XIV de XV

El refugio de Aquiles fue cobrando cierta fama. Muchos subían a la montaña simplemente por encontrarse con aquel apasionado conversador. En cierto modo, se convirtió en lugar de peregrinaje. Todos los que volvían, llegaban a la ciudad entusiasmados.
Hasta que un pequeño grupo, al llegar a la cabaña, encontró el cuerpo frío e inerte del viejo Aquiles. Decepcionados, conmocionados, se llevaron el cuerpo a la ciudad, donde recibió convencional sepultura.
Con todo, los escritos seguían en la cabaña. Ya nadie iba allí sólo buscando conversación; pero los que se refugiaban en ella encontraban alguna lectura con que entretenerse. Si hallaban interés, se llevaban el pergamino. Algunos, amantes del misterio, melancólicos, indagaban en los textos los vestigios de aquel conversador. Lo que encontraron fue a un pensador de diálogos que ellos creyeron poder rescatar a través de sus palabras.
Muchos fueron los empeños por recuperar la sabiduría del filósofo local. Polémicas enconadas delimitaban cuál era la correcta lectura de sus ideas y vivencias.

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