martes, 27 de enero de 2015

Locus amoenus

Si interpretamos ese lugar ameno como el entorno natural, sin ninguna mota de artificialidad humana, habría que dejar fuera esa organización armónica de la arquitectura retórico-ideológica. Allí, la depredación del ácaro tendría su lugar. El apretado communio del estrato geológico o la bulliciosa degeneración citoplasmática serían ejemplos para el paradigma.
Si nos atenemos al influjo glorioso, pacífico, difícil, entonces, no decantarse por los entornos estrictamente humanos: conciertos, teterías, grandes estadios... Donde el individuo entrega su alteridad sin reparo y no le estorba callar al unísono de un pensar común. 
Otra opción consiste en considerar el paisaje como reflejo de un ideal vivencial, personal, sentimental. Entramos en el terreno del fantasma, en su casa, en su habitación privada. Y nos será difícil discernir si tenemos esos sentimientos porque nos impregnamos de ese paisaje, o si pintamos ese paisaje porque tenemos esos sentimientos.

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