martes, 14 de abril de 2015

De sapone. g (meollo)

    Ciertamente, el punto de inflexión no llegó aún, ni llegaría mucho después. Nada me podía haber preparado para lo que quedaba por suceder. Con esta idea soy capaz de perdonar al hombre esperanzado de entonces.
    Como el aire era cada vez más irrespirable, no sé si por la atmósfera realmente jabonosa o por mi propio agobio histérico, siempre sentía que me asfixiaba. Se convirtió en una obsesión ir hacia las ventanas para abrirlas y que entrara corriente. Hay que comprender lo difícil del periplo entre una ventana y otra, entre una habitación y otra. Muchas veces las encontraba cerradas, las ventanas que yo creía ya abiertas. Pensaba que ella iba cerrando ventanas para proteger su jabón. Y yo se las abría. Durante cuántas horas, días, meses años, fuimos uno siguiendo los pasos del otro, abriendo las ventanas que ella cerraba, cerrando las ventanas que yo abría. Dos enamorados, no, lo que quedaba de dos enamorados persiguiéndose por la casa, entre el jabón, sin verse, de ventana en ventana.
    Tanta era mi obsesión que se me olvidó el calor y la lluvia y los pájaros y los insectos y el polvo y todo eso que entra por las ventanas además del aire fresco. Como plagas vinieron los abcesos normales a desbaratar nuestro peculiar pisito de jabón y a convertirlo en un auténtico infierno.

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