Entregó a sus pies el incumplimiento de la victoria.
En su genuflexión los cabellos barrían la modernidad
y sus pechos colgaban como la espuma del mar
dispuestos a caer en una cesta que fueran manos imaginarias.
Cercada por un muro de sorpresa e indignación
insistía en abrazarlo con sus amorosas alas
de servidumbre y su paciencia, la envidia de todos,
era un delicado pincel de hielo sólo para sus labios.
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