martes, 14 de octubre de 2014

Suspendieron unas calles flotantes por toda la ciudad. Algunas se apoyaban en hermosos arcos de acero o transparentes vigas de fachada que, al iluminarse de noche, daban a la calle y al cielo una dimensión fantástica. Otras colgaban de las torres, segundo jardín de Babilonia. 
La estructura tuvo tanto éxito que al terminar el Festival optaron por dejarla, y las segundas calles se convirtieron ese año en un rentable reclamo turístico. Tanto que junto a ellas aparecieron pronto tiendas y comercios. La tercera ciudad se había puesto en marcha y desde abajo y desde arriba podía vérsela nacer y construirse.
Fue mucho más adelante, cuando los materiales mostraron los primeros síntomas del deterioro (recuérdese que se construyó pensando en semanas y llevaba años y años) cuando las autoridades empezaron a hacer llamamientos y avisos para acostumbrar a usuarios, turistas y población. Había que desmantelarla. Por decreto, se vaciaron las calles flotantes. Algunos comercios resistieron. Algunas terrazas permanecían abiertas de forma clandestina, especialmente de noche (cuando más hermosa era aquella tercera ciudad).
Desde el suelo podía verse a los caminantes furtivos acudir a los lugares cuyo malditismo crecía con la presión policial. Y aquel paisaje incitaba a todos, policías incluidos, a pertenecer a ese club abierto que era el merodeo por las calles flotantes. Pero sucedieron los primeros derrumbes. Al principio con heridos. Los sucesos mortales sólo amenazaban. Los vecinos se preocuparon por sostener las formas débiles y embellecer los huecos dejados. 
El miedo acabó despoblando definitivamente la tercera ciudad. Volvieron todos a sus torres y sus suelos. Desde las viejas tiendas y los viejos bares se miraba con nostalgia los nuevos recorridos perdidos, aquella competencia. Sólo los adolescentes, en su temeridad, aparecían de vez en cuando surcando los restos de las calles altas, sobre sus columnas, bajo sus cables. Se puso de moda besarse  en las calles flotantes, junto a un hueco de derrumbe. Era hermoso. Muchos hacían fotos a los jóvenes besándose en las medianas alturas de aquellas calles ruinosas. Desde ciudades lejanas venían a verlos besarse.

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