domingo, 11 de enero de 2015

AQUILES Y LA TORTUGA. VII de XV

El magnate puso una condición para su matrimonio: todos los demás pretendientes de Dalila debían mantenerse al margen. Dalila lo aceptó; aunque, por supuesto, en su fuero interno no pensaba hacerle mucho caso. Claro que eso nadie lo sospechaba, ni Philips pero tampoco Aquiles.
Nuestro trampero y ella pasaron una última noche juntos antes de la boda. El ingenuo Aquiles le habló como otras veces de su naturaleza indestructible. Pero le hizo comprender hasta qué punto era ella importante para él. Sólo si la perdiera sentiría una auténtica herida, una auténtica perdición. En nada le importaba el magnate; pero si la perdía a ella, él no podría soportarlo. Al principio, Dalila quedó conmovida, no por sus palabras, sino por la pasión que volcaba en ellas para ella. Y al fin sintió que había capturado la vulnerabilidad de Aquiles, y esa noche lo amó profundamente. No tardó, con esa vulnerabilidad en su corazón, en sentir que Aquiles era, de hecho, así de débil. Se acordó de la magia de su futuro esposo y no volvió a ver al pobre trampero.
Grande fue el dolor de Aquiles.

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