martes, 16 de julio de 2013

No da lugar. Antes de que el recuerdo deseado
salte a la antesala de la imaginación,
como niños díscolos salen corriendo –pasan
debajo de nuestros brazos y nuestras piernas–
y ya están en el dormitorio, el pasillo que da a la escalera,
al estudio con el balcón un tanto peligroso.
Atender al libro que sacan, a la historia del cuadro
sobre el que fija la mirada –esa mirada del presente
sin mundo aún, pura expectativa–
o por qué está ese trapo inoportuno
insolente en las manos –este niño metáfora–
de un recuerdo jugador.

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